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Los precios al consumidor en EE. UU. subieron más de lo esperado el mes pasado, lo que indica que la lucha contra la inflación en la mayor economía del mundo está lejos de terminar.
La inflación en los EE. UU. está siendo vigilada de cerca, ya que los esfuerzos del banco central estadounidense por controlar el problema hacen subir el dólar y los costos de los préstamos mundiales.
La tasa está muy por encima del objetivo del 2% del banco central y significa que es probable que la Reserva Federal siga aumentando las tasas de interés en un intento por combatir el aumento de los precios.
La inflación en EE. UU. ha retrocedido desde que alcanzó el 9,1% en junio, gracias a la caída de los precios del combustible en las gasolineras. Esto también se vio respaldado por la caída de los costes de la ropa y los coches usados durante el último mes.
Sin embargo, el problema sigue afectando a otras partes de la economía. Los precios de los comestibles han subido un 13% en los últimos 12 meses, y los costos de vivienda y médicos también están aumentando considerablemente.
Excluyendo los alimentos y la energía, la inflación ha aumentado un 6,6%, la tasa más rápida desde 1982.
La Reserva Federal ya ha subido las tasas de interés cinco veces desde marzo, y ha optado por alzas inusualmente importantes en los últimos meses que han desestabilizado los mercados financieros y han provocado una fuerte desaceleración en sectores como la vivienda.
Al encarecer los préstamos, la Reserva Federal espera reducir la demanda, especialmente de artículos costosos, como automóviles y viviendas, y aliviar las presiones que están haciendo subir aún más los precios.
Sin embargo, al desacelerar la actividad, esto también corre el riesgo de llevar a la economía a una recesión. Los analistas consideran que ese resultado es cada vez más probable, ya que la inflación se ha mostrado obstinadamente resistente a los esfuerzos realizados hasta ahora.
Con las elecciones de mitad de período que se avecinan en noviembre, el presidente Joe Biden ha tratado de argumentar que la desaceleración de la actividad económica es un cambio saludable con respecto al aumento del crecimiento que siguió a la pandemia, apuntando a una sólida creación de empleo y un bajo desempleo.